TRAPO de INMUNDICIA
Recientemente
mientras leía en mi habitación, alguien cercano entró y de manera sorpresiva espetó en mi cara, que yo era una inmundicia. Debo admitir
que en otro tiempo y circunstancia habría ripostado de inmediato y hasta con
grosería. Pero en esta oportunidad suspendí la lectura y mis pensamientos me
llevaron rápido a Isaías 64, más precisamente al verso sexto, donde el profeta
escribió: “…Si bien todos nosotros somos
como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia…”
Me tranquilicé y me
dije, bueno, no me queda otra alternativa que lavarme y limpiarme, si tal es la
imagen que proyecto. En un momento comprendí la importancia de asearme no sólo
física sino espiritualmente día tras día. No basta con mirarse en el espejo y
acicalarse exteriormente, hay que limpiar el corazón y la mente, para eliminar
todo rastro de disensiones, contiendas, hipocresía, mentiras y engaños; malos
pensamientos, prejuicios y soberbia. Los hábitos y costumbres propias de la
carnalidad humana trascienden hacia el pecado y nuestro accionar diario y
rutinario en múltiples ocasiones nos hacen perder el sentido de la realidad y
de manera lenta e inexorable vamos apartándonos del camino claro y seguro, para
trasegar errando por oscuros senderos de rebeldía, prevaricaciones,
concupiscencias y maldad.
Los creyentes y
conversos en Cristo no podemos darnos el lujo de permanecer quietos bajo la
sombra de la seguridad alcanzada por el hecho de ser salvos. Satanás que no
descansa, conoce bien la debilidad del hombre y no escatimará esfuerzos en
apartar una que otra oveja del rebaño cada vez. La pecaminosa naturaleza humana
inclinada de por sí a la desobediencia, es una fuente inagotable de
oportunidades para el programa del ángel caído. Así los creyentes estemos
limpios de una vez por todas por el lavamiento de la regeneración, debemos
hacer confesión permanente de día y de noche de nuestros pecados cometidos en
el caminar diario por este mundo corrompido y pecaminoso. Así pues, y conforme
con Santiago 1:21, “…debemos desechar
toda inmundicia y abundancia de
malicia, y buscar constantemente la salvación de nuestras almas…”
Desde esta
perspectiva, considero un gran favor y no un insulto, el haber sido llamado inmundo.
Fue toda una amonestación. A futuro deberé prestar mayor atención y cuidado
frente a mi manera de pensar y de mi forma de hablar, de mi andar y de mi
actuar, y hasta de mi manera de confrontar al mundo. La clave está en seguir 1a de Tesalonicenses 4:7, "...Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación..."
Bien lo indicó Pablo a los Efesios en el capítulo quinto, versículos tres, cuatro y cinco: “…Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aún se
nombre entre vosotros…”, “…ni palabras deshonestas, ni necedades, ni
truhanerías que no convienen…”, “…porque sabed esto: que ningún fornicario, o inmundo. O avaro, que es idólatra; tiene herencia en
el reino de Cristo y de Dios…”
Por último, y
adportas del inminente advenimiento del Señor Jesús por segunda vez; me acojo a
la Palabra de Dios establecida en Apocalipsis 21:27, para aquellos quienes queremos
entrar en la santa ciudad de Jerusalén: “…No
entrará en ella ninguna cosa inmunda,
o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el
libro de la vida del Cordero…” De mi parte, espero confiadamente el momento de
recibir de manos del Hijo del Hombre, la piedrecita blanca con mi nuevo nombre
inscrito en ella y comer del maná escondido, bajo la atenta mirada del Espíritu
Santo de Dios, tal y como está escrito en Apocalipsis 2:17.
¡Quiero ser un Vencedor,
no una Inmundicia!
Fabio
Humberto Molano Olmos
Bogotá
D.C., 3 de octubre de 2014
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